Y paseando por el río , junto al charco del Pontoco, en Gaucín, hacemos una parada en un recodo de su margen.
A la sombra. Bajo los juncos.
Oimos el zumbar del aire cuando pasa entre las ramas, y se escuchan las hojas de los árboles que bailan y se mecen.
Pero impera en general, la calma, el silencio.
Hasta las ranas se han callado.
Hasta las ranas se han callado.
El agua sigue su curso, suavemente y salta cuando tropieza con una enorme piedra, orgullosa de formar una pequeña catarata, minúscula, ridícula catarata. Pero se jacta ante mí, que la admiro embelesada. Sabe de su poder hechizante, a pesar de su humilde proeza.
Entro al agua, y los pececitos corretean entre mis pies.Me quedo quieta un instante y dejo que me huelan, y que se metan entre mis dedos y me hagan cosquillas.
Con cuidado los aparto, dejo que sigan su camino. No quiero interferir demasiado en su hábitat.
Inspiro, espiro. Silencio.
Inspiro, espiro. Calma.
El sol luce y brilla el agua mientras sigue sonando esa música que enamora.
Inspiro y espiro. Silencio.
Ahora sí, croa la rana.
Inspiro, espiro. Silencio.
Inspiro, espiro. Calma.
El sol luce y brilla el agua mientras sigue sonando esa música que enamora.
Inspiro y espiro. Silencio.
Ahora sí, croa la rana.
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