10 de junio de 2016

EL BESO DE TUS NOCHES

Esa noche se fue pronto a la cama. Estaba más distante que otros días, exhausta, diría yo. Se movía de una habitación a otra con la cabeza gacha, y arrastrando los pies. Su mirada casi perdida, no fijaba la vista en ningún punto. El sueño la vencía.

Yo le hablaba mientras ella emitía sonidos casi ininteligibles, o contestaba con un breve No, Sí. No quise agobiarla más y callé.

Se aseó, como de costumbre, antes de dormir. Se lavó los dientes. Cerró la puerta del baño. Entró de nuevo a la cocina. Bebió un vaso de agua y a la vuelta, apagó la luz del pasillo.

La veía ir y venir, sin apenas hacer ruido. La dejé hacer mientras la observaba, en silencio.

Se olvidó de llevar la jaula del pájaro al lavadero. No bajó la persiana de la ventana de su salita, donde pasa la mayor parte del día, "en el banco de la paciencia" -como dice ella-, para evitar que por las mañanas entre demasiada luz y despierte a Duque, su caniche, el objeto de sus juegos y sus risas.

Cerró la puerta del cuarto, pero olvidó darme las buenas noches, como hace cada noche, cada día. Yo aún no había pasado para besarla y abrazarla. El último abrazo del día. El último beso del día.

Entré a los pocos minutos, y ya estaba en la cama.

- Mamá, mamá, -susurré-. Pero mamá dormía plácidamente. Ni los párpados movió.

La miré durante unos segundos, y sólo oía su respiración.

Me iba ya a mi cuarto, dispuesta a no molestarla, pero volví sobre mis pasos, me acerqué a su cama, me agaché suavemente y la besé en la mejilla. Que tengas dulces sueños -pensé mientras lo hacía-.

A la mañana siguiente, la luz entraba por la ventana, pero mamá seguía durmiendo en la misma postura que la dejé la noche anterior. ¡Parece que esta noche ha tenido dulces y reparadores sueños!.

Unas horas después, le comenta a su cuidadora, Mari Francis -mi confidente-, que al despertar pensó en mí, y que sabe cuánto la quiero. Que le doy muchos besos y abrazos, a pesar de que reconoce que soy "un desastre". Pero que anoche se fue temprano a la cama y no se los dí.

- Claro que sí te lo dí, mamá. Como todas las noches. Mientras esté aquí, no te faltarán.

Cada noche te regalaré un beso y un abrazo. Aunque no te des cuenta, yo velaré tus sueños, al igual que hacías cuando yo, aún, era una bebé. Yo tampoco recordaba el amor que me dabas, las noches que pasabas en vela cuando enfermaba, o cuando ahuyentabas mis pesadillas con cuentos, cancioncillas y carantoñas.

Ahora te envolveré entre mis brazos, y te apretaré para que me sientas. Para que recuerdes, cada mañana, lo mucho que te quiero. Y que éste no será tu último beso, ni tu último abrazo. Aún te quedan muchos por recibir.


2 comentarios:

Guisadora Duncan dijo...

Ay, amiga... esta enfermedad es así, un extrañamiento de sí mismo y luego, el extrañamiento de los demás. Pero siempre reconocen y se aquietan en el cariño y los besos de quienes los cuidamos. Ánimo y mi cariño, guapa!

Maria De Los Ángeles dijo...

Aunque hace unos meses que escribiste estos renglones dedicados, seguro, a tu madre, pienso que a pesar de todo estás contenta, sigue así, después ya no tiene remedio.
Hace unos días leí en Facebook como a las once de la noche te pusiste a hacer un bizcocho para ella. Creo que yo también comí un trozo...
Ya veo que tienes varios blogs pero yo he entrado en este a pesar de que hace varios meses que no escribes, espero que leas mi saludo.
Un beso tocaya.