En septiembre de 2021 regresé a Genalguacil, uno de esos pueblos a los que vuelvo una y otra vez porque me hacen sentir bien, porque me llenan de calma y de vida. Tras el incendio que golpeó Sierra Bermeja y sus alrededores, volver se convirtió en un deber, en una forma de abrazar de nuevo a este rincón blanco y artístico que tanto significa para mí.
EL DESPERTAR DE UN PUEBLO MUSEO
Hoy me asomo al balcón de la Serranía de Ronda desde el pueblo de Genalguacil, uno de los tesoros más hermosos del Valle del Genal. Blanco, tranquilo, lleno de vida y de arte, es un lugar donde el tiempo parece caminar más despacio.Aquí las calles respiran creatividad: cada muro, cada plaza, cada esquina es un lienzo que guarda una huella artística. Genalguacil no es solo un pueblo, es un museo al aire libre, un regalo para la vista y para el alma.
Las casas blancas, cuidadas con esmero, reflejan la primera luz del día, y entre balcones y macetas siento que late algo más profundo: la emoción de quienes mantienen vivo este rincón.
Amanece despacio en este pueblo silencioso. A cada paso escucho el canto de los pájaros y, a lo lejos, algún gallo que anuncia la vida del nuevo día. Me detengo y dejo que el suave tolón, tolón de la campana de la iglesia marque el ritmo del tiempo.
¡tolón, tolón.. la 1; tolón, tolón, las dos y así cada repique me transporta a un pasado que aquí nunca parece del todo lejano.
La frescura de la mañana invita a pasear. Miro cómo las pequeñas aves asoman sus picos desde los nidos, esperando la comida que llegará en cualquier momento. Las flores del San Pedro comienzan a abrir, tímidas al principio, hasta que por la tarde llenarán el aire de su aroma, un perfume que despierta recuerdos de mi infancia.Subo las
empinadas escaleras, sonrío al cruzarme con esa simpática escultura que bromea
con las cuestas interminables “ESTOY HASTA EL MOÑO DE SUBIR CUESTAS.
Respiro
profundamente: el aire fresco de la montaña, el roce de la brisa en mi piel, el
calor tímido del sol que empieza a acariciar las fachadas. Cierro los ojos para
guardar la sensación, y al abrirlos, dos gatos me observan desde una esquina, buscando la misma energía de la mañana que yo. 
Y sin embargo, junto a esta belleza, la tristeza se abre paso. No puedo olvidar que, muy cerca de aquí, el fuego devoró hace poco parte de esta sierra incomparable. El mismo incendio que puso en vilo a Jubrique dejó también cicatrices en los alrededores de Genalguacil. La naturaleza herida parece guardar silencio, pero sé que volverá a hablar, porque la vida siempre busca el camino de regreso.
Aun así, el pueblo resiste. Sus gentes siguen cuidando de cada calle, de cada flor y de cada obra de arte, como un recordatorio de que incluso tras la pérdida hay belleza que se mantiene en pie. Genalguacil, con su calma, su creatividad y su entorno natural, es un canto de esperanza.Cuidemos nuestro entorno. Esto es vida. Esto es nuestra savia, lo que nos sostiene y lo que debemos dejar a quienes vengan después.



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