29 de abril de 2012

MUÑECAS Y OTRAS AVENTURAS

Cuando nació mi hermana Alicia, yo tenía nueves años.
Nueve años de travesuras, de juegos infantiles que a los ojos de mi familia podrian ser peligrosos, y que no eran apropiados para una niña en aquellos tiempos, no se consideraban femeninos.
Mi hermana mayor, Ana Mari, con tres años más que yo, era una niña modelo: muy tranquila y educada; siempre dispuesta a hacer lo que mi madre le pedía sin rechistar. Ayudaba en las tareas de la casa con disponibilidad, hacía los deberes en cuanto llegaba del colegio y acompañaba a mi madre con la costura en las tardes frías de invierno. Jugaba con lindas muñecas, a las que peinaba de mil formas distintas, y las vestía con trozos de tela que a mi madre le sobraba cuando nos hacía alguna falda o vestido.
También estaba mi hermana Mª Trini, que tenía tres años menos. Trini era muy temerosa. Tenía miedo de la oscuridad, de quedarse sola. Andaba con mucho cuidado, porque pensaba que podría tropezar y caerse y eso la aterraba. Estaba muy apegada a mi madre, era su protectora. Mi hermana y yo la asustábamos diciéndole que no se parecía a nosotras, y que era una niña adoptada, que la habíamos recogido en la calle. Se lo creía y pensaba que cualquier día alguien vendría y se la llevaría. Incluso, que cualquier día, si se portaba mal, la echaríamos de la casa. Ella siempre jugaba con casitas y muñecas muy pequeñitas.
Yo era todo lo contrario a mis hermanas: valiente, atrevida, protestona, traviesa, inventora de mil y una fechorias, curiosa, imaginativa y siempre dispuesta a salir a la calle antes que coser o hacer alguna tarea doméstica. Jugaba con los niños en la calle, subiéndome a los árboles, cazando mariposas, intentando cortarle el rabo a las salamanquesas a ver si se movía, inventando aventuras con las carrozas de los indios, y mangándole galletas de chocolate a las monjas, porque nos quedábamos con hambre de postre.
A menudo mi nombre estaba en las conversaciones de la familia:
- ¡Mira lo que ha hecho hoy Mª Ángeles! -comentaba mi madre a mi tía mientras le servía una taza de café-, me ha destrozado la pared recién pintada. Ha dibujado flres con los rotuladores de colores, y hemos tenido que pintar de nuevo!, "No para, es un torbellino".
- Pues así no va a ninguna parte -arremetia mi tía-, comnigo no se viene, porque me lo revuelve todo, y está todo el día jugando. ¡Si fuera más dulce y hacendosa!
No sé lo que voy a hacer con ella! -terminaba diciendo siempre mi madre, con un suspiro de impotencia.

Entre otros juegos, las tres hermanas jugábamos al pilla-pilla, corriendo por el pasillo, y siemre era yo la que terminaba rompiendo alguna maceta. Mis hermanas se escabullían sigilosamente y me dejaban a mí, en mitad del pasillo, mirando los tiestos rotos de la maceta, la tierra desparamada por el suelo, y yo sin saber qué hacer, chillándole a mis hermanas para que no me dejaran sola ante el peligro. Y al sonido de mis gritos, aparecía mi madre y me encontraba intentando recomponer con manos torpes lo que quedaba de la maceta y recogiendo atropelladamente la tierra para esconderla en cualquier sitio. Terminaba dándome pellizcos, por lo mal que me había portado. De nada me servía protestar y llorar, diciendo que no había sido yo sola.
Otras veces, cuando mi madre nos mandaba recoger el cuarto, abría mi armario, y mientras mis hermanas ordenaban su ropa y sus juguetes, yo me entretenía con un tebeo o con algún libro de cuentos que me había encontrado entre la ropa arrugada, y me sentaba en el suelo a leer. ¡Se me iban las horas!
Después de más de dos horas, aparecía mi madre, y me encontraba allí sentada, rodeada de camisas, faldas del uniforme, algún que otro chaleco, y muchos papeles. De nuevo me llevaba unos cuantos azotes por lo desordenada y desobediente que era.
Durante años, todo seguía igual. Todas las travesuras se me achacaban a mí.
- ¡Eso habrá sido Mª Ángeles!, ¿quién va a ser?" -decían una y otra vez.
Yo lo pasaba muy mal, porque pensaba que de verdad era mala, muy mala, como decía mi abuela, ¡claro, la pobre tenía parte de razón, a su manera!. Después de ahorrar durante mucho tiempo, se pudo comprar una máquina de coser, de aquellas primeras, creo recordar que era de la marca SINGER, con su pedal y un bonito mueble de madera. Pues no tuve otra cosa que hacer que con una aguja de coser, escribir las letras del abecedario que acababa de aprender en el colegio. Aquello fue una catástrofe familiar. Años y años estuvo reprochándomelo. Y yo me sentía muy mal, porque para mí no era malo, sólo había querido dibujar lo que la señorita nos había enseñado en la pizarra, si tenía sólo seis años. No entendía por qué se había formado tanto revuelo por hacer bien mis deberes.
Mi madre me reñía todos los días por algo: que si no me tomaba el colacao, que si no la dejaba que me peinara, y salía corriendo por el largo pasillo, y mi madre detrás con el cepillo, que si le cogía las chuches de mi hermana, que si venía de la calle con la ropa manchada de barro aunque fuera la ropa de los domingos...
Ante sus regañiñas, yo protestaba siempre, pero después le prometía que no volvería a suceder, ¡Mamá, te prometo que no lo voy a hacer más!... Creo que ésa era mi frase preferida, pero que a la media hora se me habían olvidado las promesas. Y se me habían olvidado de verdad. Que yo sí tenía propósito e enmienda, pero no sé qué pasaba después, que volvía a cometer alguna travesura.

Cuando nació mi hermana Alicia, toda la familia y amistades aseguraban, gratamente sorprendidos, que era igual que yo.
- ¡Cómo se parece a Mª Ángeles, es idéntica! -decía la vecina del cuarto.
- ¡Parecen mellizas, si no fuera por los años de diferencia: los mismos ojos, los mismos rizos, y hasta el hoyito en la barbilla, -comentaba mi abuela mientras suspiaba.
- ¡qué lástima de criatura, como se parezca a ella en todo! -decía alguien que no era de la familia, pero que lo sabía todo.

Escuchaba lo mismo en todas las visitas de esos primeros días. Me miraban, miraban a mi hermana en su cuna, me volvían a mirar, y siempre comentabn lo mismo.
Para mí era una pesadilla. Pensaba en lo mal que lo pasaría mi hermana si se parecía a mí en todo. Igual de traviesa, igual de desobediente, igual de mentirosa. Iba a sufrir mucho.
Por la noche, mientras mi madre preparaba la cena de las tres mayores, yo me acercaba a su cuarto y miraba a mi hermana durmiendo en su cuna. Veía su carita dulce, sus manos, sus rizos juguetones, su hoyito en la barbilla y me sentía inquieta por ella. Le pedía a Dios, en el silencio del cuarto, que no fuera como yo. La luz apagada, y yo casi llorando, pensaba que era mejor que se muriera antes que hacer sufrir tanto a la familia,  como lo estaba haciendo yo. Sin saberlo, tenía un trauma.
Como ese Dios al que yo rezaba desesperada no me hizo caso, y Alicia no se murió, y siguió pareciéndose a mí, decidí unirme más a ella, y hacer de ella una niña feliz, y procuré que no se pareciera tanto a mí, y fuera la niña que mi madre hubiera querido que fuera yo.
Me inventaba historias que le contaba cuando iba a la cama; le cantaba canciones infatiles antes de dormir, haciéndole cosquillas en la mano. Eso le gustaba mucho.
A veces me quedaba dormida sobre la cama de mis padres, junto a su cuna, mientras ella balbucía sus primeras palabras.
Me la llevaba a jugar a la calle, con mis amigas, y siempre era el centro de atención, porque se sabía y bailaba con mucha gracia todas las canciones que yo le enseñaba, canciones de moda, que interpretaba a su manera, acompañándolas de gestos y bailes que arrancaban las sonrisas y los aplausos de quienes la veían. Se convirtió en mi sombra, siempre conmigo a todas partes.
Ella era mi juguete. Yo no quería muñecas, si la tenía a ella. Yo era su segunda "mamá". Ahora yo sí tenía una "muñeca" a la que hacerle simpáticas coletas, una "muñeca" a la que ponerle lindos vestidos y lacitos en el pelo. Hacíamos teatro, y ella era el personaje principal.
Mi carácter cambió, llegué incluso a parecer responsable. Protestaba menos y era más dulce.
Sus primeras lecturas las hizo conmigo, aprendio a escribir mientras le contaba esas historias de seres fantásticos que tanto le gustaban, y hacíamos cuentas jugando con rosetas de maíz.
Yo ya no hacía tantas travesuras, creo que no tenía tiempo. De todas formas, varios años después, en conversaciones familiares, descubrimos que muchas de las travesuras que se me achacaron en su momento, no había sido yo la responsble. Ana Mari, mi hermana mayor, había hecho alguna que otra; y Mari Trini tampoco se libraba. Ela ponía cara de buena, para que mi madre no dejara de quererla, que era lo que más temía. ¿Y si la cambiaban por otra, como tantas veces le decíamos Ana Mari y yo?
Pero aunque no fuera siempre la culpable, yo siempe pagaba , que era la que más chillaba y la que ponía cara de "¡lo siento, he sido yo!"
Mi madre aún recuerda con nostalgia que yo me llevaba todos los palos, a veces sin merecerlo, y se arrepiente de todos los pellizcos, chillidos y castigos que me aplicó. Durante más de diez años pensó que no llegaría a ser una buena chica, que no sería capaz de llevar una casa y una familia como "Dios manda" y que no llegaría a acatar las normas como era de esperar.
Pero la vida demuestra que con los años cambia todo. No me gustaban las muñecas, prefería otros juegos de más aventura, pero fui de capaz de crear una familia, de tener un trabajo, de cocinar, de limpiar, de alcanzar metas, de "acatar normas". No sé si como dios manda, pero sí como manda la sociedad al menos.
Me casé y soy madre de tres hijos. Ya son mayores. Los he criado rodeados de música y teatro, juegos y lectura, canciones infantiles y bailes. Todo lo que me gustaba. Pero también he tenido tiempo para cocinar y limpiar mi casa. Y he cocinado tanto, que al final hasta me gusta meterme en la cocina y estar horas y horas preparando ricos platos para mi familia, para mis amistades. Ahora hasta me he metido con la repostería creativa y dedico muchas horas a preparar galletas y otros dulces decorados. Y no sólo me dedico a cocinar, sino que formo parte de un grupo de gente que compartimos el gusto por la cocina, por la gastronomía. Nos reunimos a menudo para intercambiar recetas, y experiencias. Hacemos viajes gastronómicos, y jornadas dedicadas a realizar dulces. Lo pasamos genial. Y hasta estoy colaborando con un periódico publicando entrevistas que realizo a otros blogueros o blogueras que se dedican a la gastronomía. Yo soy una de ellas, y administro un blog donde pongo todas las recetas que hago en casa, para que mis hijos las tengan ahí siempre.
Mi hermana Ana Mari decidió unirse a las estrellas, y ahora comparte escenario con ellas, esperando que algún día podamos ir a visitarla. Más tarde que pronto espero reencontrarme con ella, aunque en sueños, a veces, la encuentro y creo que es feliz.
Mi hermana Mª Trini viajó fuera y cuando regresó comenzó a trabajar como azafata de información turística. Sabe varios idiomas, y estudia continuamente: alemán, inglés, naturopatía, magisterio de educación física... No para de aprender y ya no tiene miedo de no ser de la familia. Es la tita que siempre tiene un detalle con sus sobrinos, un detalle dulce. Y muy cariñosa.
Y Alicia, la más pequeña, estudió graduado social y ahora trabaja en el aeropuerto y su trabajo es de mucha responsabilidad. Le gusta mucho la música, y estudió violín. También ha tenido épocas en las que ha formado parte de un coro. Ya de pequeña cantaba muy bien, y porque no ha educado su voz con profesores, pero seguro que hubiera hecho muy buen papel en la música. Le gusta la pintura, y lo hace muy bien. Tiene muchos cuadros colgados de sus paredes. Es madre de dos niños, niño y niña y en su vida aún le quedan muchas aventuras que vivir.


4 comentarios:

mari carmen dijo...

Que bonito Maria Angeles!!muchas cosas me recuerdan a mis hijas,pero te tengo que decir que no puedo leerlo entero ,en otro ratillo lo termino.Un besete guapa

Maria De Los Ángeles dijo...

Te deseo una Feliz Navidad. Te mando un beso madrileño

Implantes Dentales dijo...

que bueno es pasar y deleitarse con tan buenos escritos tan cotidianos como son posibles. saludos.

Despedidas de Soltera Bogota dijo...

son historias tan significativas que se enlazan en momentos con los recuerdos.