En homenaje a las personas que lo dan todo para ayudar a los demás. A quienes dejan las comodidades de su vida, y se embarcan en una aventura en la que ellos no son los protagonistas, pero sí colaboradores en los cambios que se produzcan en otras vidas.
Quienes se desprenden de todo egoísmo y se acercan a quienes necesitan de su ayuda.
Para ellos, para ellas, este humilde homenaje en forma de relato.
LA DECISIÓN
Ricardo despertó de un sueño intranquilo, abrumado por esa soledad que le hería desde hacía tiempo. Miró el lado derecho de la cama, que permanecía vacío y frío desde que Carmen se marchó.
Se aseó y se vistió. Tomó un café de pie en la cocina. Salió y cerró bien la puerta.
Esperó más de lo que hubiera querido al ascensor. Vivir en un 12º piso tiene sus ventajas e inconvenientes. Cuando llegó, ya estaba ocupado por dos señores.
- Buenos días –respondieron al unísono..
Silencio. Miradas bajas.
- Parece que hoy va a llover –dijo uno de ellos.
- Sí, eso parece –afirmó Ricardo.
- ¿Qué? ¿Y el trabajo? –se apresuró a decir el más joven.
- Bien, bien –contestó Ricardo, agobiado por tanta pregunta a esas horas de la mañana-. Ahí vamos.
- ¡Ya! –dijo de nuevo el vecino.
Silencio. Miradas bajas. El ascensor se detiene a mitad de camino y entra una muchacha muy joven. Se ruboriza al encontrarse de pronto con el ascensor ocupado.
- Buenos días –comenta al entrar.
- Buenos días –responden los tres, levantando la mirada muy rápidamente al verla.
El ascensor se impregna de un suave olor a vainilla, y la muchacha, tras un brevísimo lapsus de tiempo, levanta la mirada y comenta:
- Parece que va a llover.
- Sí, sí. Eso parece –comenta Ricardo, mientras los otros asienten.
De nuevo, silencio y miradas bajas.
- ¿Qué? ¿A estudiar? – pregunta Ricardo a la muchacha
- Sí, sí. Al instituto –responde de nuevo ruborizada, tras comprobar que todas las miradas apuntan hacia ella.
Por fin el ascensor llega a su destino. Parece que ha pasado una eternidad, y sólo ha durado unos minutos. Salen con prontitud, buscando espacios abierto, sintiendo que ahora sí pueden respirar.
Ricardo se detiene de pronto en mitad de la calle. Mira a su alrededor y observa cómo la gente camina muy rápido, sin prestarle atención, y en ese momento su vecino, que ha ido a comprar el periódico, le toca el hombro.
- Ricardo, ¡hombre! – extrañado de verlo aún en la calle-, ¿vas al trabajo?
- Sí, voy para allá -.responde Ricardo un poco aturdido-. ¿qué dice la prensa?
- Nada. Lo de siempre –abre el periódico y suspira-.¡Mira! –le acerca el periódico.
Ricardo lee en voz alta:
- En Haití de nuevo la catástrofe se ceba con los más desfavorecidos –respira y vuelve a leer-. El cólera está disminuyendo la población de manera alarmante.
- ¡Es una pena! ¿verdad? –comenta el vecino-. Habría que hacer algo, no podemos estar quietos.
- Sí, sí –Ricardo tarda un rato en contestar, como si estuviera pensando a la vez que hablando-. Algo habría que hacer.
- ¡Bueno, vecino! –con una voz más acelerada interrumpe los pensamientos de Ricardo-, que me tengo que marchar. Ya nos vemos.
De nuevo se queda quieto observando a la gente que camina deprisa. No escucha nada, aunque el ruido de la ciudad empieza a ser cada vez más fuerte.
Ricardo levanta la mirada y los hombros, y como si hubiera recordado algo de pronto, se vuelve hacia sus pasos. Entra en casa, se quita el traje de chaqueta, lo tira sobre la cama. Prepara una maleta y hace una llamada. Sale a la calle, decidido, y entra en una agencia de viajes.
5 comentarios:
Más amenudo debíamos coger muchos la maleta.Un beso guapa.
Buen relato. El ritmo del ascensor y los diálogos me han gustado mucho. Es como una rutina que Ricardo rompe al final. Muy bueno.
Un besote
Lala
Buen relato, y al final la huída... Besos guapa.
Una importante decisión...
Una idea fantastica te felicito
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